
Heidelberg: a los que aman
Llévense un drama y vuelvan con una comedia romántica. Tras siglos de fascinación, Heidelberg sigue creando una química rara entre la grandeza centenaria de su arquitectura y la juventud insolente de sus universitarios.
P
ueriles en Heidelberg. Si se sorprenden a sí mismos en ese estado de ánimo no teman: le sucedió a Goethe, a Victor Hugo, a Mark Twain, a Brahms o a Joseph Turner hasta el punto de ganarse el título de ‘cuna del romanticismo alemán’.
Si se sienten de golpe más inteligentes, sepan que la efervescencia neuronal es otro de sus efectos secundarios. Y es que en su universidad, que hoy congrega a 30.000 estudiantes, se gestaron las mentes de doce Premios Nobel: profesores y alumnos del calado de Robert Schumann, Gadamer, Brentano, Mandelstam, Hegel, Arendt, Heidegger, Max Weber, Karl Jaspers o Habermas.

La Casa del Caballero debe su nombre a la imagen de San Jorge que gobierna su fachada.
Foto: Steve Heap / Shutterstock.com
Si las paredes hablasen
El castillo de Heidelberg es en realidad un recinto de una veintena de edificios. Habilitado en 1100 como monasterio, fue devastado por los franceses en el siglo XVII. Hoy sigue siendo posible maravillarse con los palacios Ottheinrichsbau (1556) y Friedrichsbau (1592), tesoros de la arquitectura renacentista alemana.
Pero no se dejen despistar por las enumeraciones: Heidelberg es una ciudad que asalta al individuo y también a la pareja. En ella tres millones de turistas al año son capaces de desprenderse de su energía urbanita saturada y reactivar de forma milagrosa su capacidad de asombro. Sus genuinos paisajes tienen mucha culpa. La mítica postal de su castillo, que domina simbólicamente la colina de Königstuhl desde hace más de 700 años, se ha convertido en un cliché de grandeza. También el Karl-Theodor-Brücke, el Puente Antiguo, perfecto mirador sobre el río Neckar, o sus plazas del Mercado o del Grano, que compiten por ganarse el favoritismo de la ciudad y en las que los agricultores siguen vendiendo sus productos como hacían en la Edad Media. Y todo ello rodeado de la riqueza natural del macizo montañoso de la Selva de Oden.
Además de estos rincones emblemáticos no dejen de retratarse junto a la escultura del ‘mono con espejo’ del artista Gernot Rumpf (1979). Tampoco se olviden de asomarse a la iglesia del Espíritu Santo, construida entre 1398 y 1515 y que durante más de dos siglos incluyó un muro en su interior que dividía a protestantes y católicos.

Cada verano se celebra el Festival del Castillo, con espectáculos de teatro al aire libre.
En buena posición
El paseo de los filósofos tiene algo de poema de Hölderlin y de composición de Schumann. Se trata de un camino tendido en 1817 en las laderas de Heidelberg, a 200 metros de altitud, que ofrece las mejores vistas de la ciudad, del castillo y del río Neckar.

Casas burguesas, cafés, terrazas y tiendas rodean la céntrica Plaza del Mercado.
Foto: R.Babakin / Shutterstock.com
Todo esto solo son meta-vivencias. Como se dice habitualmente, no se basen en texto e imágenes para calcular el impacto de Heidelberg. El romance no se extrapola a la información, sólo vale la experiencia en primera persona.